Hay un momento que para mí es muy especial en los procesos de psicoterapia, y más desde que trabajo con EMDR. Ese en el que, después de varias sesiones profundas e intensas, el paciente llega a consulta y dice: «No sé bien qué ha pasado ni cómo explicarte, pero algo en mi cabeza ha hecho clic». La mayoría incluso hace un gestito con la mano para expresar el cambio que sienten.

Cuando empiezan a hablar de ese clic que se ha producido, de ese cambio que han conseguido, lo que más destacan es la sensación de fluidez. Les llama mucho la atención la tranquilidad que sienten cuando se conectan consigo mismos y se dejan llevar por el presente. Es una sensación que tenían olvidada.

Hasta el momento habían vivido arrastrados emociones, preocupaciones, exigencias internas y externas, con el malestar añadido que esto suponía para ellos. Y aquí es donde, gracias al esfuerzo y al trabajo que han realizado en su psicoterapia, se produce ese clic. A partir de ese momento todo encaja y se liberan de todos esos síntomas que los mantenían alejados de su propia vida.

Y aprenden a dejarse llevar. A no preocuparse por aquello por lo que no pueden hacer más, o por lo que aún no ha llegado y ni siquiera saben si llegará. Aprenden a identificar sus emociones y a navegar por ellas. A priorizar sus necesidades y deseos. Aprenden a disfrutar y a vivir plenamente lo que la vida les plantea. A poner cada cosa en su sitio. En el sitio que a ellos les parece adecuado en función de lo que piensen y lo que piensan. Sin condicionantes de ningún tipo.

Aprenden que su sitio es el centro. Y que desde ahí todo está. Que desde ahí son capaces de todo.