Vivimos en una cultura en la que el amor y las relaciones de pareja son muy importantes. Lo tenemos presente desde pequeños, en cuentos y películas, donde vemos que príncipes y princesas se enamoran y son felices. Y ahí acaba la historia. No nos cuentan qué pasa después: cómo se tratan, cómo se acoplan en la convivencia, cómo gestionan los conflictos. No nos cuentan una parte de las relaciones de pareja tan importante como el amor.

Idealmente, el amor es lo que mantiene la relación. Es esa base en la que se asienta y que la diferencia del resto de las relaciones que mantenemos, pero se necesitan más patas. Cada pareja tiene la suyas, pero algunas de las más valoradas son la confianza, la fidelidad o la complicidad. Otras las damos por supuestas y hablamos poco de ellas, incluso con nuestra pareja. Y es aquí donde surgen muchos problemas.

Porque como aprendimos, tendemos a pensar que como nos queremos tenemos el mismo horizonte. Y el mismo camino. Y nos importan las mismas cosas de la misma manera. Y no tiene porqué ser así. Nuestro plan de vida y nuestros valores son nuestros. Y no deberíamos cambiarlos. Ni siquiera por amor. Porque si los planes de vida no coinciden y alguno cede, tarde o temprano aparece el sufrimiento. Y el sufrimiento siempre es más fuerte que el amor y termina abriéndose camino.

Por esto es muy importante que tengamos claro qué tipo de vida queremos construir y qué valores queremos que la dirijan. Y que en nuestras relaciones de pareja no perdamos esto de vista. Y tampoco deberíamos dejar que nuestra pareja no pierda de vista su camino. Sólo de esta manera podremos disfrutar plenamente de nuestra pareja viviendo nuestra propia vida.

Porque hay veces que el amor no es suficiente.