Daniel Siegel, neuropsiquiatra y autor de un libro que recomendamos mucho, “El cerebro del niño”, suele comenzar su talleres y conferencias de la siguiente manera. Pide a sus participantes que cierren los ojos y se centren en sus sensaciones, mientras repite la palabra “no” de forma firme y con dureza. Tras una pausa, repite la palabra “sí” de manera suave y calmada. Y a partir de aquí explica cómo el cerebro da forma a nuestras experiencias, y lo que él entiende como No-Brain y Yes-Brain.

Relaciona lo que llama No-Brain con los sentimientos de ira, miedo o tristeza y sensaciones de opresión en el pecho o necesidad de huir que describen los participantes cuando se repite “no” en el ejercicio que hemos comentado. Todo esto se puede identificar con un estado reactivo que, según creen diferentes investigadores, se crea en situaciones de amenaza.

Ante una amenaza, nuestro sistema nervioso autónomo dispara una de sus dos ramas para regular diferentes procesos de nuestro organismo y poder hacerle frente. Una de ellas es la rama simpática, que nos activa y prepara nuestro cuerpo para luchar, huir y protegerse de posibles daños. La otra rama es la parasimpática, que se activa cuando nos sentimos indefensos, haciendo que nos quedemos bloqueados ante el gran impacto de la amenaza. Cuando se dispara cualquiera de estas ramas, de activación o desactivación, nuestro cerebro entra en un estado reactivo y dejamos de ser receptivos a lo que está pasando, tanto a nuestro alrededor como a nosotros mismos. Es decir, esta reactividad propia del estado No-Brain del que nos habla Siegel nos desconecta de los demás y de nosotros mismos.

Por su parte, el estado Yes-Brain tiene un efecto estabilizador de nuestro sistema autónomo, que nos permite estar receptivos a nuestro mundo interno y relacionarnos con los demás de una manera más equilibrada. Favorece una postura abierta, de curiosidad, participación y acercamiento, muy relacionada con lo que el investigador Stephen Porges llama “sistema de conexión social” y con las sensaciones de tranquilidad, seguridad y confianza que describen las personas en la segunda parte del ejercicio de Siegel.

Así, conociendo las diferentes consecuencias que tienen el hecho de emplear determinadas actitudes podemos orientar y facilitar el aprendizaje de nuestros hijos. Si los criamos conociendo cómo va a reaccionar su cerebro, podremos favorecer un desarrollo emocional que le permita vivir sus experiencias con sensaciones positivas y confianza y seguridad en sí mismos.