Una desaparición es un hecho traumático, impredecible y abrupto, que desestructura el funcionamiento general del familiar de la persona desaparecida, tanto a nivel personal como sociocultural, familiar o laboral. Al pensar en una situación de este tipo, muchas personas creen que la víctima es únicamente la persona desaparecida, sin caer en la cuenta de que tras esa ausencia hay familiares y amigos que sufren por no saber nada acerca del paradero de un ser querido.

En estos casos, al no tener pruebas fehacientes de que el desaparecido ha fallecido, no se puede elaborar un duelo normal. Las etapas se congelan y se ven condicionadas por la pérdida de un ser querido que está psicológicamente presente, pero físicamente ausente. Esto puede hacer que se piense que se debería haber hecho más por el desaparecido o que la esperanza de encontrar a ese ser querido con vida obligue a no dejar de la búsqueda. De esta manera, la desaparición ocupa el centro de las vidas de los familiares, creando una espiral de sufrimiento al no poder hallar las respuestas que se están buscando. Todo esto genera sensaciones de incertidumbre y ambigüedad y culpa, que suelen estar acompañadas por una gran variedad de reacciones emocionales, como pueden ser ansiedad, impotencia, depresión, somatizaciones, etc.

Cuando la desaparición dura indefinidamente, la sintomatología puede llegar a cronificarse si no se manejan las emociones que surgen a raíz de este doloroso acontecimiento.

Por todo ello, es verdaderamente importante que se escuche a las familias y que se sientan a apoyados, ya que la desaparición (haya podido resolverse o no) siempre formará parte de sus vidas. No obstante, desde la psicología podemos ayudarles a que los recuerdos no sean tan dolorosos y a que puedan reestructurar su vida de nuevo, recolocando emocionalmente a la persona desaparecida, para así poder seguir adelante, sin olvidarnos de ella.

(Texto de nuestra alumna de prácticas Jessica Segura)