Los que nos conocéis sabéis que en nuestro trabajo no somos muy de etiquetas. Consideramos que encasillan al paciente y en muchas ocasiones hemos notado que les supone una limitación más que superar. Y es que, esa etiqueta o ese diagnóstico que traen pegado en la frente de alguna manera les señala el terreno conocido. Les da las pautas y los permisos de lo que pueden y no pueden hacer porque «tienen» un trastorno determinado, y si salen de ahí ya pierden estabilidad.
A nosotras nos gusta más centrarnos y atender a la persona. Según llegan a nuestra consulta les quitamos las etiquetas que les han ido poniendo a lo largo de su historia, especialmente si vienen de la mano de un especialista en salud mental. Miramos más allá y nos fijamos en su forma de sentir, de pensar, de entender el mundo. Profundizamos con él o con ella en los porqués y en los orígenes y le ayudamos a entenderse. Porque según nuestra manera de entender la psicoterapia, de eso se trata. De que el paciente se entienda, se acepte y, sobre todo, se valide y se valore.
Como siempre, todo este trabajo de quitar etiquetas ha de ser respetuoso con el paciente, ya que, como decíamos al principio, en ocasiones les da seguridad. Les permite sentirse parte de algo y les explica porqué les pasa lo que les pasa y de dónde viene lo que sienten. Si les quitamos demasiado rápido estas «etiquetas de seguridad» necesitarán buscarse otras que les permita dar sentido a lo que les pasa y entender porqué son como son y de dónde surgen sus emociones. Así, con un pie en ese entorno conocido de la etiqueta, les invitamos a explorar un poco más allá y les acompañamos en ese viaje en el que terminan aprendiendo que no hay explicación más válida para sus emociones que la que tienen ellos mismos si se dan permiso a escucharse.