La semana pasada empezamos nuestro recorrido por las emociones que más frecuentemente vemos en consulta con la rabia y hoy vamos a continuar con la tristeza.
Junto a la rabia, la alegría, la sorpresa, el asco y el miedo, la tristeza es una de las seis emociones básicas que Paul Ekcman identifica en 1970.
La función de la tristeza es ayudarnos a afrontar las pérdidas. Nos invita a replegarnos sobre nosotros mismos para tomar conciencia real de la pérdida que hemos sufrido, conectar con el dolor que nos produce y a reflexionar sobre lo que ha pasado. También tiene una función de conexión social, ya que sirve para despertar la empatía en el otro y generar en él acciones de cuidado. Esto nos ayudará también a seguir centrados en nuestros sentimientos, gestionarlos y aprender a adaptarnos a la nueva situación.
Si nos damos permiso para sentirla nos pide recogimiento, reposo, tranquilidad, incluso acurrucarnos. Nos gusta compararla a la fiebre o a la gripe, ya que nos frena y nos resta energía. Como si de esta manera nos obligara a centrar todos nuestros recursos en ella, en la situación que la ha provocado y en adaptarnos a la que nos vamos a encontrar.
Durante los procesos de psicoterapia no sólo vemos la tristeza asociada a la pérdida de seres queridos, rupturas de pareja o pérdidas de trabajos o casas. En realidad está presente en todos los procesos, anclada en situaciones en las que no nos han tenido en cuenta, en las que no se han atendido nuestras necesidades emocionales y no nos hemos sentido cuidados. En estos casos, la tristeza es provocada por la ausencia más que por la pérdida, por la falta de reconocimiento, de atención o de valoración.
Y esta es la razón principal por la que a muchos de nosotros nos cuesta tanto conectar con la tristeza, y es que tomar conciencia de que aquello que necesitábamos nunca llegó es muy doloroso.