Gloria García ha escrito este poema para recordar «a los viejitos que se han marchado» y nosotras se lo dedicamos también a los que se han quedado y han tenido que sufrir una pérdida en unas circunstancias tan duras.
Aquí estoy yo
a la mesa sentada,
haciendo un solitario,
y haciéndome mil trampas.
Él jugaba conmigo, agobiado de achaques y de dulces miradas.
Él me enseñó a jugar al ajedrez, las damas, al parchís, a la oca, a la brisca y al tute y a otros juegos de cartas.
Dominaba el cariño, y las caricias largas. Y cuando yo le hacía las trampas descaradas, él, con una sonrisa, y a veces carcajadas, se hacía el despistado, y no pasaba nada.
Creía que el abuelo de nada se enteraba.
Pero ha pasado el tiempo, el abuelo se ha ido, se ha ido para siempre, algo se lo ha llevado de forma misteriosa y no ha dado la cara.
¿Qué voy a hacer ahora si no veo su cara?
Ya no tengo sus ojos,
y su voz sin palabras me habla y no me dice nada.
Ya no me dice nada.
Y aquí estoy ahora sola
y a la mesa sentada
haciendo un solitario
y haciéndome mil trampas.