La manera que tenemos de relacionarnos con nuestros propios pensamientos determina en gran parte nuestro malestar en la vida. Una de las formas disfuncionales de relacionarnos con lo que pensamos es lo que se conoce como fusión cognitiva. Este fenómeno implica que aquello que pensamos o nos decimos a nosotros mismos nos lo creemos de manera literal, como si fuese algo real. Sin embargo, esto tiene un gran problema, y es que estamos tan inmersos en nuestros propios pensamientos y en intentar controlarlos, que apenas prestamos atención a lo que nos rodea. Es decir, este proceso hace que no seamos plenamente conscientes de lo que ocurre en el mundo externo, en la verdadera realidad.
Un caso extremo de fusión cognitiva es el que se da en el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). Una persona con TOC puede pensar que, por ejemplo, algún familiar cercano pueda tener un accidente (esta sería su obsesión). Está tan fusionado con este pensamiento que se cree que de verdad puede ocurrir y, por eso, desarrolla lo que se conoce como compulsión. Es decir, realiza algún tipo de conducta (manifiesta o encubierta) para neutralizar esa obsesión. Por ejemplo, creer que si da tres palmadas seguidas va a evitar que su familiar tenga un accidente.
¿Cuál es la alternativa a la fusión cognitiva?
La forma adaptativa de relacionarnos con nuestros pensamientos es lo que se conoce como defusión cognitiva. Es la capacidad para comprender que nuestros pensamientos están ahí y no siempre son agradables, sin intentar controlarlos ni eliminarlos. Consiste en aceptarlos como lo que son, pensamientos, un ruido de fondo que forma parte de nosotros pero que, ni nos determina, ni tienen por qué corresponderse con la realidad.
¿Cómo conseguir esta defusión cognitiva?
Desde la psicoterapia el fenómeno de la fusión cognitiva se aborda con diversos ejercicios, y vamos a compartir con vosotros uno de ellos. Recibe el nombre de “Hojas en el río”, y consiste en imaginar un río, en pleno otoño, que lleva consigo un montón de hojas que se han caído de los árboles. Cada vez que nos venga un pensamiento a la cabeza, sea el que sea, lo depositamos en una de esas hojas y observamos cómo fluye por el río hasta desaparecer. Esta práctica nos ayuda a comprender que los pensamientos existen, forman parte de nosotros mismos y tal y como vienen se pueden ir. Es decir, nos enseña a ver los pensamientos como algo externo, a observarlos desde fuera, sin estar inmerso en ellos.
Bibliografía:
Márquez González, M. (2016). Tendencias actuales en intervención psicológica. Síntesis.
Pérez Álvarez, M. (2014). Las terapias de tercera generación como terapias contextuales. Síntesis.
(Texto de nuestra alumna en prácticas Laura García García)