¿A qué nos referimos cuando, en psicoterapia, hablamos del reflejo especular o de la especularización? Veámoslo a continuación.

Las palabras “especularización” y “especular” se originan en el latín “specularis”, y tienen que ver con lo relativo a un espejo.

Al pensar en un espejo, es inevitable pensar en aquello que se ve reflejado en él: nuestra propia imagen. Esta autoimagen es un constructo relacionado con nuestro autoconcepto y nuestra identidad.

¿Cómo se desarrolla la imagen que tenemos de nosotros mismos? ¿Cómo se forma realmente nuestra identidad?

Cuando nacemos no tenemos ningún tipo de consciencia de los límites físicos de nuestro cuerpo. Es a los seis o siete meses cuando el bebé comienza a desarrollar un mínimo sentido de sí mismo como ser independiente de su madre, que se irá poco a poco desarrollando conforme crece y recibe información del mundo. Lo cierto es que el niño ve el mundo como se lo construyen y muestran sus figuras de apego, y en esa construcción del mundo también le van hablando sobre él, sobre su persona y su valor; creando así su identidad.

La experiencia de especularización se produce cuando una persona significativa funciona como un espejo y nos devuelve una valoración sobre nosotros mismos: “eres guapa”, “eres tonto”, “qué bien/mal se te da esto”, “si no eres así, no vales”. A partir de este reflejo especular se forma el autoconcepto del niño, y puede ser más o menos realista y más o menos adaptativo. Es importante señalar que el niño siempre creerá a sus figuras de apego por la necesidad de permanecer unido a ellas.

Por todo lo anterior, podemos decir que nos vemos a nosotros mismos como nos han mirado de pequeños. Esa mirada es lo que en gran medida construye nuestro autoconcepto y nuestra identidad. Los niños pequeños se ven en los ojos de sus cuidadores con todo aquello que les transmiten y piensan como figuras importantes para ellos: lo bueno, lo malo, lo aceptable y lo inaceptable. Como ejemplo, los padres de Jorge siempre le han transmitido que es una persona que no va a llegar a nada en la vida porque es muy, muy vago. Jorge, a los 20 años, se cree esto, pues ya forma parte de su autoconcepto, y se define a sí mismo como una persona “vaga”, “poco resolutiva” y “que fracasa siempre”. Totalmente lógico, Jorge se ve como le han mirado siempre.

Recordemos, en cambio, lo que hace el querido “espejito, espejito…” de la madrastra de Blancanieves: mirarla siempre con “buenos ojos”, con una adulación tras otra. Esto no es realista. Un caso diferente al de Jorge sería el de María, a quien siempre le han dicho que “vale mucho porque es la más inteligente”. Por esto tenía que ser la mejor de su promoción. María lo fue, hasta que llegó a la universidad y dejó de serlo, pues el nivel cambió. La angustia y la frustración se adueñaron de ella: necesitaba ser la número uno de la clase, y al no serlo, su valor como persona (siempre asociado a sus calificaciones) se vio cuestionado y amenazado por ella misma.

La realidad es que todos tenemos cualidades y defectos. Si somos conscientes de esto y miramos a los niños y a los no tan niños con amor y de manera incondicional, contribuiremos a que tengan un autoconcepto más integrado, y a que ya no necesiten siempre de la imagen especular del otro para sentirse válidos.

Referencias::

https://blogs.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/relacion-padres-e-hijos/2012-07-27/la-identidad-del-nino-quien-es-y-quien-cree-que-es_588347/

https://dyadis.es/psicologia-del-self/

https://www.laconsultadebego.com/aclarando-conceptos

(Texto de nuestra alumna en prácticas Gabriela Gosheva Zheleva)