El apego es el vínculo emocional que desarrolla el niño con sus cuidadores principales (habitualmente los padres, pero pueden ser otras personas de referencia) en función de cómo responden a sus necesidades. Así, diferenciamos cuatro estilos de apego:

  • Apego seguro: el niño se siente protegido y con confianza en que sus necesidades van a ser atendidas
  • Apego ansioso: el niño no siente que sus figuras vinculares vayan a estar disponobles en caso de necesidad, por lo que reclama constantemente atención
  • Apego evitativo: el niño evita a los cuidadores, ya que la respuesta de estos a sus necesidades es de rechazo
  • Apego desorganizado: está caracterizado por la ambivalencia y por no saber como actuar, ya que los cuidadores del niño se comportan de manera impredecible. Se da cuando existe apego ansioso y apego evitativo a la vez

Los tres últimos estilos de apego son fruto de relaciones en las que falla la seguridad hacia la figura vincular y generan lo que consideramos una herida emocional. Esta herida acompañará al sujeto durante su vida si no se sana, y esto se verá reflejado en su autoconcepto y su autoestima, así como en sus relaciones interpersonales y afectivas.

Las heridas de la infancia son:

La herida del abandono

La herida del abandono se crea a medida que el niño siente falta de amor, de cuidado, de protección y de atención, lo que acaba causando miedo a la soledad. Las personas con esta herida suelen ser dependientes emocionales en las relaciones sociales y afectivas.

Para sanar esta herida es necesario pasar tiempo de calidad con uno mismo, reforzar la autoestima y darle mucho cariño a nuestro niño interior para que aprenda que no se necesita a nadie para ser felices y que siempre nos vamos a tener a nosotros mismos.

La herida del rechazo

Es provocada por experiencias de no aceptación por parte de los padres, familiares cercanos o amigos a medida que la persona va creciendo. Esta herida es de las más dañinas ya que supone el rechazo hacia los propios pensamientos, sentimientos, el amor e incluso la propia persona. Esta herida produce que vaya creciendo el autodesprecio y provoca la sensación que no ser merecedor de amar ni de ser amado. Esto supone que la mínima crítica sea sentida como una amenaza y se busque continuamente la aprobación de las demás personas.

Esta herida se cura empezando a valorarse y a reconocerse. Es importante trabajar la inseguridades y aprender a descubrirse y quererse a uno mismo.

La herida de la traición

Surge cuando los cuidadores no cumplen sus promesas y el niño comienza a desconfiar. Aparecen sentimientos de envidia hacia otras personas que sí reciben lo prometido y de rencor hacia los cuidadores por no cumplir su palabra. Esto a largo plazo provoca la necesidad de tener todo bajo control para no sentirse traicionado. Son personas muy posesivas, desconfiadas y con una fuerte personalidad. Para estas personas la lealtad y la fidelidad son muy importantes pero suelen distorsionar los conceptos.

Para sanar esta herida es necesario trabajar la tolerancia, la paciencia y la confianza. Sirve de gran ayuda también empezar a delegar responsabilidades en los demás.

La herida de la injusticia

Surge con padres muy fríos, rígidos y exigentes. El estilo de crianza autoritario es el protagonista y no se caracteriza especialmente por tener respeto hacia los hijos ni tener en cuenta sus preferencias y necesidades. En los hijos provoca sensación de inutilidad e ineficacia, a la vez que sentir injusticia. En la vida adulta genera rigidez mental y dificultades para negociar y entender otros puntos de vista. Además, son personas que dan mucha importancia a los valores y a las creencias, expresando sus opiniones como verdades absolutas.

Esta herida se sana cultivando la flexibilidad mental, la confianza en los demás y la tolerancia.

La herida de la humillación

Se provoca por situaciones de crítica, desaprobación y ridiculización de los padres hacia los hijos. Con esta herida se crean personas dependientes y capaces de hacer cualquier cosa con tal de sentirse válidos y útiles, lo cual retroalimenta su herida ya que su autoconcepto depende de la imagen que los demás tengan de él. Las personas que tienen esta herida suelen ridiculizarse a sí mismas y les cuesta tener actitudes adultas. Se consideran personas menos válidas y menos dignas de lo que realmente son. Además, suelen complacer las necesidades de los demás dejando las suyas propias en segundo plano para ganarse la aprobación, el respeto y el cariño de los demás.

Esta herida se sana con el perdón hacia las personas que le hicieron daño, haciendo las paces con el pasado y empezando a valorarse como las personas que realmente son. Es muy importante soltar el gran peso que supone esta herida y que cargan las personas que la sufren para poder curarla.

Así, la relación que hay entre los estilos de apego que hemos mencionado al inicio y las heridas de la infancia sería la siguiente:

Las herida del abandono, de la traición y de la humillación provocarían un estilo de apego inseguro ansioso, ya que producen dependencia emocional y las personas que lo sufren tienen la constante necesidad de sentirse amados y valorados.

La herida del rechazo y la herida de la injusticia provocan estilos de apego inseguro evitativo, ya que estas personas no se sienten aceptadas ni queridas y prefieren huir para no tener que enfrentar la desaprobación.

Si se producen diferentes heridas en la misma persona, es fácil que se produzca un tipo de apego inseguro desorganizado, mezclando rasgos del tipo evitativo y del tipo ansioso.

Referencia bibliográfica: Bourbeau, L. (2015). La sanación de las 5 heridas. Francia: Sirio

 

(Texto de nuestra alumna en prácticas Clara Marcos García)